El Batallón de San Patricio: un lugar de memoria.
Existen espacios, fechas ㅡy también personajesㅡ, donde se resguarda el pasado. Funcionan como documentos vivos, no sólo para el conocimiento de ciertos acontecimientos relevantes, sino para conectar con ellos de manera afectiva. Éstos, los llamados “lugares de memoria” son posibles gracias al colectivo que les señala y resignifica continuamente. San Ángel es precisamente eso, un lugar de lugares de memoria pues aquí ocurrieron acontecimientos que la comunidad mantiene vivos y trae al presente porque le son significativos y son parte de su historia.
Entre los recuerdos que configuran la memoria y la identidad de San Ángel está el del Batallón de San Patricio, compañía militar formada, sobre todo, por extranjeros, en su mayoría irlandeses, que habían desertado de las filas del ejército norteamericano durante la invasión a México de 1846 y se habían sumado a la causa mexicana.
El batallón tuvo un terrible desenlace: más de la mitad de sus efectivos murió en batalla y el resto fue apresado por el ejército norteamericano; algunos fueron torturados brutalmente y, posteriormente, encarcelados, pero la mayoría fue condenada a la horca. Dieciséis de ellos murieron colgados en la plaza principal de San Ángel, y el resto cerca de Mixcoac.
La historiografía sobre el Batallón de San Patricio y su cruento final está llena de matices, e incluso, de contradicciones, pero es la impresión que dejó en este barrio y en sus habitantes lo que permanece en la memoria y su huella es tan potente que ha trascendido su tiempo y espacio. Ellos, los san patricios son, en sí mismos, un lugar de memoria para México: su participación a favor de nuestro país en la Guerra de Intervención Norteamericana nos enorgullece y emociona.
Podemos imaginar que fueron múltiples las razones que los llevaron a unirse al ejército mexicano para luchar, hombro con hombro, contra un enemigo que también hicieron suyo. Pero desde luego los movían un profundo anhelo de libertad y un muy humano y legítimo deseo de mejorar sus condiciones de vida; así también, un inquebrantable sentido de la justicia los guio hasta el final. Porque una cosa es cierta: la guerra, que todo lo magnifica, despierta en los viles las más ruines acciones, y en los justos los actos más nobles. Así pues, hoy queremos recordar a estos hombres buenos y valientes, más allá del mito para abrazar su dimensión humana, porque es justamente ahí donde nacen los héroes.
Breve historia del Batallón de San Patricio
La conformación del Batallón de San Patricio tiene su origen en los conflictos entre México y Estados Unidos en 1845, cuando Texas se anexó como territorio estadounidense. Las tensiones entre ambos países con respecto a sus territorios se agudizaron, y para marzo de 1846, el general Zachary Taylor y sus hombres —de los cuales casi la mitad había nacido en Irlanda, Gran Bretaña o Europa occidental— erigieron una fortaleza frente a una base militar mexicana en Matamoros; una clara provocación. Poco después, el 25 de abril de ese mismo año, una unidad de la caballería mexicana atacó a un contingente estadounidense, el episodio encendió la mecha de la guerra. Días antes de este ataque, cuarenta y tres miembros del ejército estadounidense ya habían cruzado el río Bravo y conformaron una nueva unidad militar que lucharía a favor de la causa mexicana, el Batallón de San Patricio.
La guerra comenzó y los meses y las batallas transcurrieron, la deserción del ejército norteamericano aumentaba poco a poco, al igual que los integrantes de la nueva compañía. Para agosto de 1847 más de doscientos hombres se formaban en sus filas; sin embargo, en la batalla de Churubusco, librada el día 20 de ese mismo mes, el batallón fue gravemente diezmado. De acuerdo con la crónica de George Ballentine, soldado inglés en el ejército norteamericano, y publicada poco tiempo después de los hechos, en 1853, “...entre los prisioneros tomados en este acontecimiento había setenta desertores de las fuerzas estadounidenses. Fueron enjuiciados en una corte marcial poco después de la batalla, se les encontró culpables del crimen de deserción y se les sentenció a ser colgados”. Veinte fueron perdonados, sin embargo se les castigó con cincuenta latigazos; se les marcó el rostro con hierro candente una letra D de desertor, y fueron hechos prisioneros hasta junio de 1848. Entre ellos se encontraba el capitán del batallón, John Riley.
A partir del 10 de septiembre de 1847 los cincuenta san patricios condenados a muerte comenzaron a enfrentar su sentencia; los primeros murieron ahorcados en la plaza de San Jacinto, y los últimos treinta decesos ocurrieron el día 13 de ese mismo mes, en las lomas del pueblo de Mixcoac, desde donde se apreciaba una ciudad abatida. Fuentes de la época aseguran que las vidas de los prisioneros se perdieron, en cuanto, desde el cadalso, presenciaron el momento en que la bandera estadounidense ondeó en el Castillo de Chapultepec.